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Patitos en la familia

Kush y Maya didi argumentan que tener patos sería muy buen proyecto: «Comen arroz y gusanos (no necesitan que les compremos comida), les gusta el agua y por lo tanto no tienen problemas con las lluvias del verano (monzón) y los huevos son muy valorados (tres veces más caros que los de gallina) especialmente en fin de año nepalí, mediados de abril.

Así pues, esta vez vamos a Hetauda con la misión de traer 6 patos, 2 machos y 4 hembras. Parecería una misión bastante sencilla, pero con la experiencia que tuvimos con las gallinas ya no nos fiamos, aunque nos han dicho de un lugar donde nos los pueden vender.

Tomamos un triciclo eléctrico y en marcha! Ostras, es más lejos de lo que pensaba, después de 15 minutos aún no hemos llegado. Finalmente el triciclo entra por un camino, alrededor hay una piscina enorme. Ram nos cuenta que es una piscifactoría. En la entrada de lo que parecen las oficinas hay una mujer que nos da la bienvenida. Enseguida le preguntamos donde podemos conseguir nuestros seis patitos. Nos mira como si le estuviéramos pidiendo polluelos de colibrí… pero por todas las calles de Bhimphedi o Hetauda se ven gallinas y patos paseando… no puede ser tan difícil conseguir 4 hembras y 2 machos… Ram insiste en que deben haber patos en este centro, que nos han dicho que alguien los había comprado aquí… No, sólo tienen peces…

Volvemos con el mismo triciclo y vamos parando y preguntando. Todo el mundo nos mira como si estuviéramos pidiendo polluelos de colibrí … Me parece que no lo conseguiremos… ¿Y si vamos al mismo lugar donde compramos las gallinas? 15 minutos más de triciclo eléctrico.

Llegamos a nuestro destino y pedimos donde se pueden comprar patitos… Nada, como si pidiéramos por colibrís… ¿cómo puede ser tan difícil? Entramos en otro de los patios, no hay nadie, pero de un rincón aparecen 5 patitos corriendo juntitos. Ostras! Salimos todo animados y preguntamos donde están los propietarios del patio (y lo que es más importante, de los patitos). De un cuartito oscuro sale una didi. Ya casi lo tenemos! Nos dice que los polluelos cuestan 175 rupias cada uno (un euro y medio). «Trato hecho! Nos llevamos los cinco!» (queríamos 6 pero 5 está bastante bien!). «Oh, pero ¿cuántos de los cinco patitos son hembras?». Vaya… no lo sabe¿? Son demasiado pequeños para diferenciarlos… No importa, los ponemos en una caja y para casa! Suerte que los hemos encontrado, no podíamos volver a la casa de acogida sin patos, había demasiada expectación!

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Ram en el triciclo, de vuelta hacia el centro de Hetauda, tras encontrar los cinco patos, que estan en la caja de cartón.
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El triciclo eléctrico con el que damos vueltas por Hetauda.

Así que llegamos a la casa de acogida y todo el mundo está entusiasmado. Para no estresar a los patitos, no dejamos entrar a los niños en la zona de los animales, y lo miran desde la distancia. Colocamos los patos a su nueva casa. Me giro y no veo a ninguno de los niños pequeños. Qué raro… ¿se habrán enfadado?

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Binita y Maya didi se encargan de acomodar los patitos en su nueva casa.
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Sólo chicos mayores pueden entrar en la zona de los animales hoy.

Al cabo de un rato llega uno de los niños pequeños con un plato. Detrás suyo todos los otros niños con caras expectantes. El niño nos enseña el plato, está lleno de gusanos para los patitos! Se lo han ganado. Ya pueden entrar a verlos. Kush, el experto de los animales les da de comer y los demás se lo miran desde la puerta.

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Sumit trae un plato lleno de…
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… gusanos para los patitos. Ahora los niños se han ganado de poder entrar a ver como los patitos comen.
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Kush dando de comer a los patitos.
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Los patitos comiendo.
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Mucha gente mirando como los patitos comen.

Al día siguiente los patitos ya corren por patio y ya se encuentran como en casa. Qué diferencia con las gallinas que aún casi ni se atreven a salir de su gallinero.

Pero un par de días más tarde ya se ve que hay algo que no va bien… dos de los patitos no caminan con los demás. Sólo se sientan y descansan…

Sólo nos quedan tres patitos… ¿Se habrán muerto por el frío? Quizás eran demasiado pequeños para mojarse… O quizás los hemos toqueteado demasiado… Los niños deciden que los patos necesitan una caja como la de las gallinas y que de momento sólo Kush los cuidará.

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Trabajo en equipo fabricando la caja para los patitos.

Afortunadamente, dos semanas más tarde todavía nos quedan tres patitos, y ya son bastante grandes! Me parece que estos nos darán huevos! si hay alguna hembra… si no al menos comeremos pato a la naranja!

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Los tres patos supervivientes.

Peces en el centro

Tras la llegada de las gallinas y terminar de arreglar la puerta del gallinero los niños deciden que quieren ampliar aún más la familia: el sábado irán a buscar peces! Kul y un par de ayudantes se ponen a reparar las comedoras en la zona de los animales que harán la función de pecera.

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Saran preparando el cemento y Sumit se lo mira.
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Kul arreglando la comedora con cemento y Sumit se lo mira.

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Kul y Papu arreglando la otra comedora/pecera.

El sábado comemos el desayuno, que consiste en un plato enorme de arroz con jugo de lentejas y verduras de temporada (esta comida se llama Dhalbat y es lo que todos los nepalíes comen dos veces al día, y en el centro de acogida no somos una excepción), y montamos la expedición para ir a buscar los peces: 19 niños y niñas y dos adultos, ¿seremos suficientes para capturar algún pez?

En invierno en Nepal es la época seca, no llueve casi nada en medio año. Así que el río del lado de la casa de acogida no tiene agua, y vamos a unos 3 kilómetros, donde baja otro río con un poco de agua, y llega a una pequeña presa donde los niños están convencidos de que podrán encontrar peces, y de paso los chicos más grandes hacer una zambullida aprovechando el día soleado.

Los niños mayores se adelantan, y una vez llegamos al lugar Edu y yo, ya han capturado un par de pececillos. Después de una hora, ya tienen 10 peces y tres cangrejos. Ahora toca comer el picnic y volver a casa sin dejar ningún plástico en el suelo… esto será más difícil que recoger peces…

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Finalmente llegamos a nuestro destino. Las niñas vas pacientemente con nosotros, los niños los podeis ver al fondo que ya llevan rato pescando.
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Algunos de los niños, orgullosos mostrando la pesca del día.
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La pesca del día.

El cemento de la «pecera» aún no está seco, así que los peces se quedarán en un cubo por un día. Dejo el cubo en la puerta la habitación de los voluntarios, pero el día siguiente no está! Qué raro… Son las 7 de la mañana y voy a decir buenos días a los niños. Entro habitación tras habitación, algunas sonrisas y algunas caras incrédulas que ya sea hora de levantarse. En una de las habitaciones, sorpresa, me encuentro con el cubo con los peces. Un niño dice que fuera hace mucho frío por la noche… Está bien, pero hoy ya los ponemos en su pecera.

Finalmente el tiempo da la razón al niño… un día después de ponerlos en la «pecera» todos los peces están muertos! Algunos han saltado fuera del comedero, otros yacen inertes… Pequeño fracaso… ¿Por qué habrá pasado? Los niños hacen sus hipótesis: el agua estaba demasiado fría porqué en esta comedora no toca el Sol, o tal vez se debe poner una red para que no puedan saltar, o tal vez el cemento debía reposar más tiempo…

Decidimos que nos olvidamos del proyecto de los peces hasta que haga menos frío, pero por la noche ya tienen otra idea. «Esta idea sí que es buena!», Aseguran. Incluso una de las cuidadoras, Maya didi, se la ve animada. Tenemos que traer patos!

Patatas y mas patatas

En la tercera terraza del huerto, la más grande de todas, la utilizamos para hacer tres tipos de cultivo durante el año. En julio plantamos trigo, en septiembre judías y en diciembre las patatas. Así que ahora tocan patatas!

Esta vez nos hemos propuesto cubrir más terreno que nunca con las patatas. ¿Lo conseguiremos? Primero hay que deshacerse de las enormes hierbas que ocupan todo el terreno. En los trozos donde habíamos cultivado anteriormente tenemos que sacar las cañas del maíz (aún están porque en una zona las usamos para que las judías pudieran trepar). En otros trozos, donde no se había cultivado tenemos que sacar todas las malas hierbas, y algunas son muy «malas» y te dejan las manos y la ropa llenas de pinchos.

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Beli y Maya desaciendose de las malas hierbas.

El segundo paso es labrar. Así que tenemos que llamar el señor de los bueyes. Después de intentarlo durante unos días, finalmente una mañana aparece. Todo el mundo está contento! Pero a las doce ya tiene que irse hacia otro campo, y nos deja un trozo sin labrar… lo haremos nosotros, y sino ya lo ampliaremos cuando vuelva a venir el señor de los bueyes antes de plantar maíz en julio. En realidad ahora ya hace un buen efecto!

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Basu guiando a los bueyes.

El sábado hay un grupo de niños que les toca trabajar en el huerto y amplían un poco la zona para plantar patatas. Todo el mundo está bastante satisfecho. De momento lo dejaremos así,

¿Es hora de plantar? No, necesitamos poner abono si queremos que crezcan bien las patatas… De momento podemos plantar unas cuantas con el adobo que nos queda de búfala que compramos hace unos días. Y una vez se nos acaba el abono, paramos y ponemos el aspersor. En abril ya podremos recolectar patatas si todo va bien!

Al día siguiente vamos en busca de abono, esta vez de gallina, es más caro, pero dicen que es más bueno. Por no pagar el transporte decidimos ir a recoger nosotros mismos. Después de caminar unos diez minutos llegamos a una casa hecha de barro y piedra (como muchas de las casas del pueblo), vamos a la parte trasera donde hay una granja de pollos. Más allá hay una pila de abono, cáscaras de arroz donde han cagado las gallinas. Los niños dicen que se necesitan 3 o 4 meses para conseguir este abono si se tienen gallinas. Nosotros también tendremos dentro de un tiempo.

Nos dan diez sacos y dos palas y a cargar. Todos los niños mayores han venido a ayudar. Cargan los sacos tanto como pueden, es el mismo precio! Incluso han venido dos de las trabajadoras del centro a animarnos, que bonitas que son (todos los niños les llaman «didi» que significa hermana mayor). La Maya didi es una mujer magnífica, muy dulce y siempre sonríe. No habla inglés pero cocina magníficamente, y cada vez que acabamos de comer y le decimos que la comida estaba buenísima ella dice sonriendo tímidamente «thank you». La Beli didi es la cuidadora que se queda a dormir en el centro para cuidar a los niños pequeños. Es muy energética, y su voz potente se oye desde todas partes. Las dos mujeres cuidan a los niños como si fueran suyos, las mejores «didis» que podríamos tener. Los niños y Amics del Nepal tenemos muchísima suerte de tener estas dos mujeres en la casa de acogida, cuidándose de los niños, de ayudar al cocinero, de que todo esté limpio, de ayudar a la trabajadora del huerto…

Vamos! A cargar un saco! Dos niños por cada saco. Como somos nueve niños y yo, podremos llevar cinco y mañana ya recogeremos los otros cinco. Ashok Siwakoti, el único chico que tenemos estudiando en clase 10, se ríe y dice que ni hablar, que llevarán este saco y volverán rápidamente a buscar otro. Y añade socarronamente «la cuestión es si tú también podrás volver a buscar el segundo saco…»

Una vez mi saco es listo, Rojan y yo tomamos un saco y nos ponemos en marcha. Un minuto más tarde ya cambiamos de posición… Después de diez minutos ya hemos probado de llebar el saco de las diez maneras que se nos ocurren y hemos demostrado que no hay ninguna buena… finalmente llegamos a la casa de acogida, y vaciamos el saco! Ha sido duro, pero lo hemos conseguido! Rojan y yo «chocamos esos cinco» y nos miramos con caras de satisfacción, y también para hacer tiempo y no volver aún a buscar el segundo saco.

Pero de repente… qué??? Vemos dos sacos con patas que vienen tranquilamente solos. Ya es medio oscuro y no llevo las gafas, pero finalmente los sacos ya están cerca y me quedo del todo sorprendido. Son las dos «didis», que llevan un saco cada una! aguantado con una cuerda que cargan en la frente (de esta cuerda la llaman «Namlo» en nepalí). No nos habían venido sólo a animar…

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Santamaya y Manoj, el más pequeño de la casa de acogida, repartiendo el abono que hemos traido en sacos por todo el campo.

Las didis dejan los sacos en el suelo y me miran y sonríen. Yo no sé qué pinta debo hacer, con las manos en la espalda después del esfuerzo y la cara desencajada. El nano que ha llevado el saco conmigo dice: «Ellas de pequeñas siempre llevaban peso con estos utensilios, nosotros no podríamos… se necesita práctica». Yo todavía no me rehago de que Maya didi, una mujer de más de 50 años, se haya transformado en super-mujer y haya cargado, aparentemente sin esfuerzo, un saco de más de 50 kilos…

Ahora sí, ya podemos plantar patatas! El siguiente sábado el grupo de niños que ayuda en el huerto se pone a plantar patatas. Y después de unos días más con las didis, voluntarios y de vez en cuando algún niño y niña que apunta a ayudar, ya tenemos 1,000 metros cuadrados plantados de patatas!

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Algunos de los niños que ayudan el sábado a plantar patatas.
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Binita hoy también ha venido a ayudar un ratito a las didis y a Edu.
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1,000 metros cuadrados de patatas!

Arboles frutales de todo tipo

Por todo el centro hay árboles de todo tipo: mimosas azules y rojas, mangos descomunales, lichis, limoneros, granados, una especie de manzanas / peras («aru» y «naspati»), plataneros… La manera más fácil de saber en qué época del año ha sido tomada una fotografía es mirar qué fruta lleva en la mano alguno de los niños. Ahora es tiempo de pomelos.

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Arati con un pomelo, les encanta con sal y chile.
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Kul pelando un pomelo.
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Basu mostrando otra de las funciones de los árboles.

En la tercera terraza donde estamos plantando patatas y quemamos el desecho no orgánico, aún queda trecho por aprovechar. En ese terreno todavía sobreviven algunos limoneros y plataneros que plantó el pasado verano Ricardo, un super-voluntario del país vasco que ha estado trabajando para mejorar el huerto los últimos tres veranos. Tendremos que protegerlos mejor porque tenemos uno de los muros del centro tirado en el suelo, y por allí se cuelan continuamente cabras para comerse todo lo que encuentran. Pero ya lo solucionaremos!

Así que con los niños decidimos que pondríamos más árboles, para tener más frutas dentro de unos años. La sorpresa fue que un día que fuimos a Hetauda, al volver nos encontramos con una decena de círculos hechos de ladrillo para proteger los recién plantados mangos y «arus». Y junto a ellos un par de niños con una sonrisa de oreja a oreja: D: D

Plantamos cebollas

Una de las joyas del centro es su magnífico huerto. En total tiene unos 5.000 metros cuadrados que están divididos en cuatro terrazas diferentes. En las dos terrazas que quedan más elevadas (situadas al sur) cultivamos todo tipo de verduras para que acompañen a los dos platos diarios de arroz. Ahora en estas dos zonas del huerto podemos encontrar jengibre, coles, perejil, espinacas, ajos, calabazas…

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Santamaya, la responsable del huerto, plantando un tipo de espinacas.
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Dos chicos del centro simulando que están trabajando en el huerto mientras les hago la foto.

Ahora es la hora de coger los planteles de cebollas y plantarlos, pero nuestro plantel de cebollas no ha crecido lo suficiente todavía, así que compramos en Hetauda de más creciditos, aprovechando una de nuestras visitas a la ciudad, y nos ponemos a plantar cebollas. Todo muy manual: cabamos, nos agachamos y sacamos las piedras y las hierbas, colocamos los planteles de cebolla a una distancia prudencial entre ellos y ponemos el aspersor un ratito. Tenemos la suerte de que en Bhimphedi no tenemos falta de agua ni siquiera en invierno, a pesar de ser época seca en Nepal.

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Santamaya, Beli y Edu iniciando la fase de plantar cebollas.

Cuando ya hemos plantado todas las cebollas, yo tengo callos en las manos, pero las tres trabajadoras del centro les ha parecido poco, así que me dicen que cuando volvamos a Hetauda deberíamos traer más plantel de cebollas, tres veces más que la última vez , para poder terminar de llenar el trozo.

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10,000 cebollas plantadas!

Llegan las gallinas

Hetauda es una ciudad a unos 20 kilómetros al sur de Bhimphedi. Bhimphedi está todavía en la zona montañosa, pero Hetauda ya está en la entrada de las planicies del sur de Nepal. De estas zonas planas, que en algunas regiones todavía se conserva selva con elefantes y algún tigre, la llaman Terai. Para recorrer estos 20 kilómetros tomamos el bus de las 8h, y en poco más de una hora ya hemos llegado a Hetauda. Nosotros somos unos afortunados, porque Bhimphedi es la primera parada del bus, así que podemos sentarnos (aunque las rodillas chocan con el asiento de delante, y eso que no somos muy altos…). Sentados en el autobús hay unas treinta personas, pero en el pasillo hay unas treinta más… cuanto más gente entra más cómodos parecen nuestros asientos. El revisor se pasea entre la multitud cobrando los pasajes, nadie hace mala cara! Esto es el día en día, «ke garné» (expresión nepalí que quiere decir: «que le vamos ha hacer» o «es lo que hay»).

Después de caminar unos quince minutos desde la parada de autobús, llegamos a la «tienda» de gallinas. Allí primero nos enseñan unos pollitos, pero dicen que están todos encargados … En todo caso no queremos polluelos, porque nos costaría meses que crecieran y dieran huevos, además del riesgo de que se nos mueran en las noches frías. Después nos enseñan otros de la medida perfecta. Pero después de un rato nos dicen que son sólo para carne. ¿Por qué no pueden servir para dar huevos? Son machos… Parece que hoy no lo conseguiremos…

Pero cuando finalmente parecía todo perdido, nos llevan a otra casa, y premio! Tienen gallinas jóvenes, de unos tres meses, sólo les falta un mes para poner huevos, y se las ve grandes y fuertes. Muy grandes… Nos llevamos diez! Y nos las cobran a dos euros el kilo. Las atamos por las patas, las pesamos y nos las llevamos.

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Edu celebrando que hemos encontrado gallinas jóvenes para nuestro gallinero.
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Papu ayudando a la vendedora a atar las gallinas por las patas de dos en dos.
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Papu aguantando la balanza, mientras nuestro cocinero Ram se encarga de poner los pesos para equilibrar el peso de las gallinas. El chico sentado es un vecino que ha decidido ayudar a la vendedora para esta transacción tan complicada.

En la caseta de al lado nos venden el pienso, lo ponemos todo en un triciclo eléctrico, y hacia la parada del bus! Las pobrecitas gallinas todavía les falta sufrir bastante hasta llegar a su nueva casa, pero una vez allí tendrán un par de años para ser felices, estar bien cuidadas y dar huevos para nuestros niños.

Tras dejar las gallinas cerca de la estación de autobuses nos vamos a hacer unas cuantas compras. Hay que aprovechar los días que vas a la ciudad. En el molino de arroz compramos tres sacos de cascarilla para que las gallinas estén bien cómodos. Vamos a arreglar la ensulfatadora, compramos plantel de cebollas y vamos a la oficina de Hetauda de Nepal Telecom para pedir que nos pongan línea de teléfono e Internet en el centro, pero eso ya es otra historia…

Por último, vamos hacia la parada de autobús, cargamos las gallinas y los sacos a la vaca del autobús, nos sentamos en nuestros asientos reservados, y después de una hora, con algún que otro bache (pobres gallinas… ¿llegarán vivas?) llegamos a Bhimphedi después de un largo día en la ciudad, sin haber tenido tiempo ni siquiera de comer (ni nosotros ni las gallinas). En la «parada» del bus en Bhimphedi ya nos esperan 7 niños todo expectantes, preparados para ayudarnos con toda la carga y llevarla hacia el centro de acogida. En la puerta del centro, las niñas y los niños más pequeños nos reciben con gritos the «kukhura aayo!», Las gallinas han llegado!

Y las gallinas llegan al gallinero sanas y salvas. Kush les lleva agua con azúcar para que se vayan recuperando poco a poco, y les ponen pienso para que coman cuando se vean con fuerzas. La linterna de Edu se queda encendida el gallinero esta noche. A partir de mañana ya empezaremos con la rutina. Y esperamos que en un mes empiecen a darnos huevos!

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Las gallinas, en su segundo día con nosotros, aún se asustan cuando nos acercamos. Lo pasaron mal en su traslado y seguro que no se quieren volver a mover.
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Una de las gallinas ya se ha pedido una de las cajas para ella.

Todo el mundo está muy contento con el éxito de la misión. Kul, uno de los chicos más activos del centro, nos asegura que terminarán de arreglar el gallinero con más cemento. Y los niños más pequeños del centro, que están muy ilusionados con la nueva «granja», ya están pensando en el próximo proyecto! Pero aún no os adelanto nada…

Preparamos la comida de las gallinas

Aunque el gallinero ya está prácticamente listo, también debemos pensar en que comerán las gallinas cuando lleguen. Necesitamos maíz triturado.

Afortunadamente ya recolectamos el maíz hace unos meses y lo dejamos secar a la buhardilla de la casa de los voluntarios.

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El maiz que recolectamos en agosto, esperando su momento.

Desgranamos las mazorcas, las limpiamos y las llevamos al molino. Se dice rápido pero no se hace tan rápido…

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Maya didi utilizando un «nanglo» para limpipar el grano de maiz.

También comerán restos de la comida de los niños y un poco de pienso de cereales que compraremos el mismo día que compremos las gallinas.

Ahora sí, todo listo para recibir las gallinas. Todo el mundo está impaciente y emocionado, mañana vamos a Hetauda a comprar gallinas!

Vamos a hacer el gallinero

Antes que vengan las gallinas debemos tener su casa preparada. Ya tenemos un espacio que será muy apropiado en el extremo norte de nuestras tierras. Hay tres casetas donde en algún momento habían vivido unos cerdos. Dos de ellas están bastante destrozadas, pero una se mantiene en pie, como si fuera el cuento de los tres cerditos. Al lado hay otra caseta, un poco más grande, que sólo le falta la puerta y varias pequeñas reformas. Nos hemos decidido que de momento utilizaremos esta caseta de unos 5 metros cuadrados para alojar nuestras futuras gallinas! Así que nos ponemos manos a la obra!

Edu, con la ayuda inestimable de Papu, comienza a construir una puerta de la nada. Con una cama vieja, un martillo y unos cuantos clavos oxidados coloca milagrosamente el marco de la puerta. Después, con unas láminas de madera y un trozo de tela metálicalica que había en el almacén consiguen hacer una puerta a prueba de zorros y esperamos que también sea a prueba de niños… porque del más pequeño al más grande no se pierden detalle de la evolución de la empresa, y algunos niños son bastante curiosos y a veces algunas cosas a su alrededor se rompen misteriosamente.

Los chicos grandes, con muchas ganas de colaborar en el proyecto, sacan del almacén un saco de arena y un saco de cemento que habían sobrado de antiguas reparaciones. Y empiezan a hacer mortero para sellar el marco y poner algún parche en la caseta de las gallinas.

Sujan, Kul y Papu haciendo cemento para reparar el gallinero.
Sujan, Kul y Papu haciendo cemento para reparar el gallinero.

Mientras tanto, Edu que ya le ha cogido el gusto a trabajar con clavos oxidados, láminas de madera y sillas destartaladas, construye dos cajas donde las gallinas se sentirán muy seguras y podrán poner los huevos.

Una de las cajas para las gallinas ya está lista.
Una de las cajas para las gallinas ya está lista.

Aprovechando que vamos a Hetauda, la ciudad más cercana al pueblo, para llevar a un niño a hacerse una prueba médica y comprar todo de materiales que necesitamos, aprovechamos para comprar un comedero y un dispensador de agua. El gallinero ya está prácticamente listo!

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Las cajas ya estan dentro del gallinero.
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Edu cerrando el gallinero con un candado nuevo, a la espera de las gallinas.

Fase 1 del proyecto granja

Con 30 niños en el centro, y aún más que vendrán el próximo mes de abril, gran parte del presupuesto se va en comprar comida. A Bhimphedi, sin embargo, tenemos la suerte de que nuestro centro de acogida tiene unos 9.000 m2 en una zona rural. Ya tenemos un buen huerto que nos da muchas verduras, pero ahora queremos poner también algunos animales! Queremos empezar con diez gallinas que darán suficientes huevos para todos los niños y personal! Además, las gallinas se comerán los restos orgánicos y nos darán compuesto que podremos utilizar para fertilizar el huerto, actualmente lo tenemos que comprar todo!

Todos los niños están muy emocionados con la idea, preguntan contínuamente qué día vendrán las gallinas, cuántas gallinas vendrán, si traeremos también un gallo… Pero todavía hay muchas cosas que hacer antes de poderlas traer de Hetauda (la ciudad más cercana al pueblo).

Estos meses tenemos un voluntario de Lleida, Edu Juanati, que con su empuje y experiencia está liderando este proyecto. Además Kush, uno de los niños que estudia en clase 7, es todo un experto de los animales. Cada día ayuda a una mujer mayor del pueblo cuidando sus gallinas y cabras. Así que seguro que lo conseguiremos, y bien.