Holi vivido por Paula Minguell, coordinadora del proyecto médico de Amics del Nepal.
Uno sabe que Holi se acerca, cuando los puestos callejeros empiezan a llenarse de pistolas de agua. Pistolas, que ávidos niños se encargan de cargar con agua, y rociar a todo incauto que pase cerca. A pesar de no visitar Nepal por primera vez, si era la primera vez que iba a celebrar dicha festividad aquí. Ante ese hecho tan importante (Después de Dashain y Tihar es la tercera celebración más importante, y de las más disfrutadas por los que han sobrevivido a ella), decidí que la mejor manera era desplazarme de Kathmandú, dónde trabajamos en la reapertura del Centro de Salud que Amics del Nepal, hasta Bhimphedi para pasar el día con los niños del centro de acogida.
Holi es una celebración Hindu, que da inicio a la primavera, dejando atrás el largo y frío invierno. Es también la llamada fiesta del Amor, porque al igual que el invierno, es el momento de dejar atrás los rencores, malos entendidos y disputas. Los polvos de colores, son un homenaje a Vishnu, el Dios con una característica piel azul.
Así que emprendimos nuestro camino, con Dani, no sin antes haber hecho acopio de un contingente más que importante de globos de agua y polvos de todos los colores. Durante el trayecto, empieza la lluvia y una espesa niebla, haciéndonos presagiar lo peor para el día siguiente.
A nuestra llegada, nos recibe Mar, una voluntaria que estaba en la casa de acogida, con un catarro importante. “Los niños no han parado de tirarme globos de agua desde esta mañana”, nos dijo. Y nos advirtió “Prepararos para mañana”.
El día siguiente, amaneció como cualquier día en Balmandir. Pronto, con los restos de frío del invierno, pero algo anormal se respiraba en el ambiente. Los niños estaban especialmente tranquilos, se paseaban por los porches de los pabellones de las habitaciones, con las manos en los bolsillos, y cara de no haber roto un plato. Este comportamiento, que observábamos desde detrás de las cortinas de la habitación de los voluntarios (no nos avergüenza decir, que estábamos un tanto asustados), nos alertó y decidimos no enfrentarnos a los niños hasta no tener preparado un buen escudo de defensa: un cubo lleno de globos de agua. De nada sirvió, no habíamos puesto un pie en la puerta, cuando empezaron a llover globos de agua, salidos de la nada.
Una vez estuvimos empapados, decidimos inaugurar el contingente de polvos de colores, y ahí empezó la guerra de verdad. Los polvos pasaban de las manos a las caras, a la ropa y a los cubos de agua que empezaron a aparecer. Los cubos, dieron paso a las cacerolas y todo aquel recipiente que pudiese server. Los niños corrían de un lado a otro intentando salvarse de ser mojados, seguían lloviendo los globos y seguían volando los polvos. Pasábamos de ser verdes a azules, rojos , rosas o verdes dependiendo del color de las bolsas que abríamos en cada momento. No se salvaron ni las Didis (que todo hay que decirlo, también atacaban cacerola en mano) ni los perros. No habían treguas para entrar en calor ni perdón.
Y así se nos pasó la mañana. La mañana y los días siguientes, porque a todos quien más y quien menos, nos caló el frio y la pintura, acompañándonos los días posteriores. Aun así, no hay más felicidad que la de escuchar a los niños diciendo “Happy Holi” mientras te embadurnaban la cara o te tiraban un cubo de agua.